martes, 31 de mayo de 2016

Salvar tu vida: la superación del maltrato en la infancia


En esta obra de 2009 Alice Miller se deja de sutilezas y entra directamente a saco desde el mismo título:"Salvar tu vida: la superación del maltrato en la infancia". Ahí queda eso.
La circunstancia probada de que el descubrimiento, gracias a la presencia de un testigo que muestre empatía, del propio sufrimiento en la infancia desencadena la desaparición de los síntomas físicos y psicológicos, como la depresión, nos obliga a buscar una forma de terapia innovadora, puesto que ya no vale la simple negación de la realidad dolorosa, como se venía defendiendo. Al contrario, es la confrontación con esta realidad dolorosa la que posibilitará que nos liberemos del dolor.
Un gran número de las depresiones que padecen los adultos provienen de los sentimientos de culpa inculcados al niño maltratado. El niño ama a sus padres, y si estos lo maltratan será sin duda porque es malo y se lo merece. Este injusto sentimiento de culpa puede acompañarle toda la vida. Sólo LA VERDAD puede salvarnos. Si conocemos la verdad ya no necesitamos mentir a nuestro cuerpo o anestesiarlo con el uso de drogas, de medicamentos, de alcohol, ni con esas teorías freudianas que parecen tan bonitas. Así nos ahorraremos toda la energía que antes habíamos tenido que invertir en huir de nosotros mismos.
Miller analiza a continuación el caso del escritor Anton Chejov. Su padre, un fanático religioso, daba palizas a diario a sus hijos "con el fin de educarlos y hacer de ellos hombres de provecho". Chejov, sin embargo, distorsionaba la realidad por completo cuando se refería a su padre, como en una carta en la escribe:"Padre y madre son personas extraordinarias, tan sólo su infinito amor por los niños merece la más grande de las alabanzas, ya que anula todos sus defectos". Esta traición de su propio conocimiento no constituye una excepción. Son muchas las personas que albergan durante toda su vida similares juicios infundados sobre sus padres, debido a un miedo reprimido que es el miedo del niño pequeño hacia sus padres. Pagan esta traición a sí mismos con depresiones o graves enfermedades, que les llevan, como a Chejov, a una muerte prematura. En casi todos los casos de suicidio es posible determinar que en la infancia se vivieron espantosas experiencias jamás aceptadas o ni siquiera reconocidas como tales. Muchas celebridades dan muestra de ello: Marilyn Monroe, Virginia Woolf, Elvis Presley, Jimi Hendrix, Janis Joplin, etc. La vida (y la muerte) de todos estos iconos demuestra que la depresión no es un sufrimiento provocado por el presente, ya que ellos lo tenían todo, sino un sufrimiento producido por la separación de su propio Yo, al que nunca se le permitió vivir. Es como si el cuerpo, con la ayuda de la depresión, protestase contra esta infidelidad consigo mismo, contra las mentiras y la represión de los verdaderos sentimientos. Para tratar de vivir esos verdaderos sentimientos recurren a las drogas, alcohol, medicamentos, etc.
La mayoría de las personas no pueden soportar pensar que sus padres no los han querido. Se aferran a sus sentimientos de culpa, y prefieren pensar que si sus padres no los trataron con amor fue por culpa de ellos, que fueron niños malos. Con la depresión el cuerpo se rebela contra esta mentira.
¿Qué caracteriza a la depresión? Sobre todo la desesperación, la falta de energía, un gran cansancio, miedo, falta de impulso y de intereses. La depresión es el precio que el adulto paga por renunciar a sí mismo. Siempre ha tenido que preguntarse qué es lo que los otros necesitan de él y, por esa razón, no sólo descuida sus sentimientos y sus necesidades más profundas, sino que ni siquiera es capaz de reconocerlas. Pero el cuerpo sí las reconoce e insiste en que la persona experimente sus sentimientos reales y auténticos y se permita expresarlos. Esto que parece tan elemental no lo es para aquellas personas a quienes sus padres utilizaron cuando eran niños para satisfacer sus propias necesidades.
Cuando realmente puedo sentir lo que me duele o lo que me alegra, lo que me enfada o enfurece y por qué; cuando sé lo que necesito y lo que no deseo de ninguna manera, entonces me conozco lo suficiente para ser capaz de amar mi vida y de encontrarla interesante, con independencia de la edad o de mis circunstancias sociales. Entonces no tendré la necesidad de acabar con mi vida.
El drama de los niños maltratados es que su propio sufrimiento no tiene ningún valor. Han ignorado su dolor e interiorizado de tal manera lo que sus padres ha hecho que, como adultos, sólo pueden sentir compasión por sus padres, pero no son capaces de mostrar empatía con el niño que una vez fueron. Y a esto lo llamamos amor. ¿Pero qué es este amor sino la infinita esperanza de que los padres cambiasen y le dieran finalmente el amor que habían anhelado toda la vida? Esta espera del amor no es amor. Aunque lo llamemos siempre así. Ese "amor" a los padres maltratadores es un vínculo muy destructivo, cuya dinámica debemos comprender para poder liberarnos de sus garras.
Todo recién nacido es inocente. Un niño al que han pegado y maltratado aprende a pegar y a maltratar, mientras que el niño que ha sido cuidado y respetado aprende a respetar y cuidar a los más débiles. El ginecólogo francés Leboyer demostró que los niños que nacen tras un parto sin violencia y son acogidos con cariño no lloran y pueden sonreír incluso cinco minutos después de nacer. Si no se le separa de la madre tras el parto, se desarrolla entre madre e hijo una relación de confianza que tiene efectos positivos durante toda la vida.
El odio es un sentimiento fuerte y vital, un símbolo de que estamos vivos. Por lo tanto, pagamos un precio cuando tratamos de reprimirlo. Porque el odio desea transmitirnos algo, sobre todo desea hablarnos de nuestras heridas, pero también de nosotros, de nuestros valores, y debemos aprender a escucharlo. Si odiamos la falsedad, la hipocresía o la mentira, nos otorgamos el derecho de luchar contra ellas. Si no podemos sentir el odio, porque nos lo han prohibido desde nuestra más tierna infancia, tenemos mutilada nuestra capacidad de sentir.
Alice Miller afirma que detrás de cada asesino en serie o de cada dictador sanguinario se esconde un niño gravemente humillado. En el caso de Hitler, la conciencia individual del pequeño Adolf era estrangulada de forma sistemática por su cruel padre. No podía expresarse, no podía mostrar sus sentimientos. La constante humillación del niño puede llevarlo, muchos años después, a desarrollar una megalomanía que le lleve a vengarse con personas inocentes. El sadismo se convirtió en el Tercer Reich en el principio supremo. Muchas personas lucharon para acaparar los puestos que les permitían torturar a la gente. Esos niños, sádicamente maltratados por sus padres, ahora se vengan con personas inocentes. Los judíos eran calificados de infrahumanos, tal como Hitler era calificado por su padre. La ascendencia judía de su padre (que al parecer era hijo ilegítimo de un comerciante judío y de su criada) pudo llevar al convencimiento a Adolf de que debía exterminar a los judíos, para "matar" así a su padre. Porque mucha gente era antisemita en Alemania en aquella época, pero nadie nunca había pensado que la solución era exterminarlos completamente.
Lutero recomendaba encarecidamente pegar a los hijos "para expulsar el Mal que llevaban dentro desde el nacimiento". No sabía que en lugar de expulsar al demonio estaban esparciendo las semillas del mal en un ser inocente. Hoy en día ya no se alude al demonio, pero se piensa, por ejemplo, que la criminalidad o las enfermedades mentales tienen su origen en los genes. Los genes o el demonio, al final la cosa es hacer creer a los padres que sus hijos llevan el Mal dentro desde el nacimiento. Domina la lógica de la represión. No se trata tanto de encontrar la verdad, sino de evitar que regresen los dolores pasados.
En el caso de los asesinos en serie, si lográsemos ayudar a la víctima a rebelarse ante los actos de sus padres, esto bastaría para eliminar su necesidad de escenificar una y otra vez de forma inconsciente su monstruosa historia.
El maltrato infantil suele ser toda una tradición familiar. Es posible descubrir los mismos patrones de humillación, abandono, abuso de poder y sadismo en varias generaciones de la misma familia. Hoy en día, la mayoría de las personas sigue creyendo en el concepto del Mal para ahorrarse el dolor que provoca saber que muchos padres torturan a sus hijos por un odio inconsciente. Pero esta es la verdad y quien no huya de ella saldrá ganando.
El psicoanálisis dio por hecho desde siempre que el terapeuta debía permanecer neutral. Pero se trata justamente de lo contrario. El terapeuta debe ser parcial, debe estar siempre de parte del niño que fue maltratado e indignarse ante las injusticias que le fueron infligidas. Pero muchas personas no conocen lo que es la indignación cuando comienzan una terapia. Cuentan historias espantosas ante las que no sienten la necesidad de rebelarse, no sólo porque sus sentimientos les resultan ajenos, sino también porque no saben que existe otra clase de padres. La indignación auténtica del terapeuta constituye un importante vehículo en la terapia. Gracias a la franca indignación del terapeuta, el paciente siente que tiene derecho a indignarse igualmente, de forma que se pone en marcha un proceso que anteriormente estaba bloqueado por los consabidos preceptos morales ("honrarás a tu padre y a tu madre").
Los años de nuestra infancia determinan toda nuestra vida y sólo enfrentándonos a esta época traumática podremos conseguir la llave para comprender nuestras depresiones, nuestros ataques de pánico, nuestra presión arterial alta, nuestro insomnio, y también nuestra rabia y deseo de golpear a un bebé que llora. Cuando seamos conscientes de lo que realmente sucedió en nuestra infancia, empezaremos a comprender nuestro sufrimiento y, al mismo tiempo, nuestros síntomas se irán reduciendo poco a poco. Nuestro organismo ya no los necesitará, porque habremos asumido la responsabilidad sobre el niño que antes sufría. Dándole la mano al niño que fuimos conseguiremos que se desarrolle en su alma una sensación emocional nueva que le permitirá ver que el mundo no es ya ese lugar lleno de peligros. Los medicamentos antidepresivos nos protegen de los recuerdos de una infancia espantosa. Pero estos medicamentos anulan nuestras verdaderas emociones, de tal manera que nos impiden expresar indignación por el maltrato sufrido. Y esto es justamente lo que desencadena la depresión. Con lo cual, los antidepresivos, esos medicamentos defendidos por tantos psiquiatras como la panacea para sus pacientes, no sólo no curan la enfermedad, sino que la agudizan. En lugar de recetarnos medicamentos, el terapeuta debe ser ese testigo cómplice que nos permita encontrar nuestras emociones y finalmente vivir con nuestra verdad.
Muchos terapeutas conductistas para luchar contra los síntomas de sus pacientes sin buscar lo que estos significan ni sus orígenes, afirmando que no es posible localizarlos, lo que no es verdad. Cuando alguien ha experimentado y reconocido durante la terapia el miedo y la rabia hacia los padres, aprende a conocerse mejor, y ya no se sentirá forzado a descargar su rabia contra chivos expiatorios, generalmente los propios hijos. En muchos casos será necesario dejar de querer a los padres, porque una persona que finalmente es capaz de comprender al niño que fue no puede querer al torturador que lo maltrató sin engañarse a sí mismo. Tratar de comprender y de disculpar a los padres no es sino una forma de volver a la dependencia infantil que tanto daño nos hizo. Cuando alguien aprende a quererse a sí mismo no puede querer a su verdugo. Cuando somos capaces de sentir cómo nos hizo sufrir el comportamiento de nuestros padres, la empatía con los padres desaparece y entonces la empatía se dirige al niño que fuimos.
La "terapia reveladora" es aquella que, despertando sentimientos y sueños, ayuda al cliente a conocer la dolorosa historia de la infancia que ha reprimido, de tal manera que ya no sienta miedo por los peligros que durante su niñez constituían una amenaza real, pero que hoy ya no lo amenazan. Los clientes ya no necesitan temer a su inconsciente ni reproducir lo que les sucedió en su infancia, porque ahora saben lo que pasó y pueden reaccionar, con rabia y dolor, a aquellas circunstancias en presencia del terapeuta, que actúa como un testigo capaz de comprender. A partir de entonces dejarán de tratarse cruelmente, de culparse, de destruirse con adicciones de todo tipo, porque serán capaces de sentir empatía por el niño que tanto sufrió por causa de sus padres. Si aparecen peligros que lo amenazan, el adulto estará ahora mejor preparado para enfrentarse a ellos, porque es capaz de comprender y clasificar sus antiguos miedos.
Miller opina que no es necesario ni conveniente tratar de confrontar la verdad con nuestros padres. Así además se evitan conflictos con los hermanos, que quizás no estén dispuestos a afrontar la verdad y se pongan de parte de los padres. Es doloroso, pero tenemos que aceptar que nuestros hermanos no quieran ser "testigos con conocimiento".
Una terapia eficaz se compondría de cuatro puntos esenciales:
1. El terapeuta debe estar incondicionalmente de parte del niño maltratado. Esto permitirá al cliente acceder a sus sentimientos.
2. Los problemas actuales, que nos permiten experimentar emociones intensas, también nos permiten descubrir la realidad del niño.
3. A través de esta interacción entre el presente y el pasado comenzaremos a conocer nuestra propia historia y nuestra propia identidad, un conocimiento que nos proporcionará una seguridad desconocida hasta entonces.
4. Cuando hayamos desarrollado nuestra capacidad de comunicación con los antiguos sentimientos y los factores desencadenantes se empleen de forma productiva, la presencia del terapeuta resultará superflua.
Muchos nos aconsejarán que "pasemos página", que olvidemos y perdonemos. Sin duda es muy bonito decirle al odio que desaparezca y no vuelva más. Pero no funciona así. La rabia no se deja manipular. Nuestro cuerpo no puede pasar página. Podemos tratar de reprimir nuestra ira, pero las consecuencias serán enfermedades, adicciones o crímenes.
Miller dedica la última parte de su libro a contestar cartas de los lectores y a una serie de entrevistas, de las que reproduciré algunos fragmentos:
"Querida amiga, espero que consiga hacer lo que tendría que haber hecho su madre: descubrir a esa maravillosa niña lista, despierta, con ganas de vivir que era usted y alegrarse de tenerla. Durante mucho tiempo, demasiado tiempo, se ha tratado usted como su madre la trató. No me sorprende que no soporte su cercanía. Su rabia, que ojalá llegue algún día, estará completamente justificada".
"¿Es que el padre tiene que decir algo más que "te voy a matar" para que la hija considere que la está maltratando?"
"El terapeuta debe ponerse siempre de parte del niño. El terapeuta no debería decir que os padres estaban trastornados, pero que sus intenciones eran siempre buenas, porque entonces se está poniendo de parte de los padres. No podemos aprender a sentir, no podemos experimentar la rabia, si intentamos comprender y defender a las personas que nos han hecho daño. No podemos hacer ambas cosas al mismo tiempo. Si el niño piensa que aquellos padres, que lo trataron con tanta crueldad, tenían buena intención, entonces no podrá sentir el dolor ni la rabia y seguirá confundido".
"El dolor encierra el camino a la verdad. Si rehusamos aceptar que no nos quisieron siendo niños, nos ahorramos mucho dolor, pero bloqueamos el camino que nos lleva a la verdad."
"Cuando logré experimentar el dolor de mi infancia por primera vez, recuperé mi vitalidad. La depresión es el precio que pagamos por reprimir nuestros sentimientos".
"Los sentimientos y la empatía con nosotros mismos son esenciales, pues nos permiten orientarnos en el mundo.¿No es ya bastante grave que nos arrebaten nuestra capacidad de sentir, nuestra brújula para la vida, con palizas y humillaciones? Cuando, a pesar de todo, los así llamados expertos defiendan esta perversión como única solución y prediquen que debemos mostrar valor ante la disciplina, debemos desenmascararlos y mostrarlos como lo que son: ciegos que guían a ciegos".
"Creo que el dolor más terrible, el que debemos experimentar para ser más fuertes emocionalmente, consiste en asimilar que no fuimos queridos cuando más lo necesitábamos. Es fácil decirlo, pero es extraordinariamente difícil experimentar este dolor, aceptar los hechos y renunciar a la esperanza de que un día mis padres puedan cambiar y llegar a quererme. Al contrario de los niños, los adultos pueden liberarse de esta ilusión, por el bien de su salud y de sus hijos."
"Podemos permitirnos ser conscientes de que, por la razón que fuese, nuestros padres no podían querernos si nos convertían tan a menudo en víctimas, sin preocuparse por nuestros sentimientos, de nuestro dolor, o de nuestro futuro. Ser conscientes de esta circunstancia nos ayudará a liberarnos de nuestros destructivos sentimientos de culpa."


2 comentarios:

  1. Hola, Miguel, ¿has leído el libro de su hijo, Martin Miller? Me interesa tu opinión. www.lasinterferencias.com

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  2. Hola, Tania. No, no conozco ese libro. En cualquier caso, que Alice Miller fuera, como afirma su hijo, una mala madre, no desvirtúa sus teorías. Lo que sí se constata es lo difícil que es, incluso para ella que le dedicó al tema toda su vida, superar una infancia traumática. Saludos.

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