viernes, 26 de agosto de 2016

La madurez de Eva: una interpretación de la ceguera emocional


Publicada en 2001 en alemán, Miller comienza esta obra recordando tres conceptos claves:
"Pedagogía negra": aquella educación encaminada a cercenar la voluntad del niño ya convertirlo en un súbdito obediente por medio del ejercicio del poder, la manipulación y el chantaje.
"Testigo auxiliador": es aquella persona que ayuda al niño maltratado y ejerce de contrapeso frente a la crueldad de su vida cotidiana. Puede ser un hermano, un maestro, la abuela, un vecino, etc. Gracias a este testigo el niño maltratado experimenta que el mundo existe algo parecido al amor. El niño glorifica la violencia cuando han faltado estos testigos auxiliadores. Es muy significativa la inexistencia de estos testigos auxiliadores en las infancias de dictadores como Hitler o Stalin.
"Testigo conocedor": ejerce un papel parecido al del testigo auxiliador pero ahora en la vida adulta del niño maltratado. Puede ser un terapeuta, un consejero o incluso un autor de un libro. Sin duda, Alice Miller ha sido ese testigo conocedor para miles de personas en todo el mundo.
Miller describe el mecanismo de la ceguera emocional en 6 puntos:

1. La pedagogía negra conduce a la renegación del sufrimiento y la humillación.
2. Esta negación, necesaria para la supervivencia del niño, posteriormente ocasiona una ceguera emocional.
3. La ceguera emocional levanta barreras en el cerebro (bloqueos mentales) para protegerse contra peligros (traumas pasados que quedan codificados en el cerebro como un peligro latente).
4. Los bloqueos mentales inhiben la capacidad adulta de aprender a partir de información nueva y de borrar los programas antiguos y caídos en desuso.
5. El cuerpo, en cambio, posee la memoria completa de las humillaciones padecidas, lo cual impulsa al afectado a infligir inconscientemente en la siguiente generación lo que él ha sufrido antaño.
6. Los bloqueos mentales dificultan la renuncia a la repetición excepto cuando la persona decide reconocer las causas de su violencia en su propia historia infantil.

A continuación Miller se pregunta por el mito de Adán y Eva. ¿Por qué Dios les prohíbe comer la manzana del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal?¿Acaso quería mantenerlos en la ignorancia?¿No es cruel Dios al prohibirles algo tan apetecible y al castigarlos después tan duramente? La razón de todo ello es que los autores de la Biblia fueron seres humanos educados en la pedagogía negra, para los cuales el castigo y el abuso de poder eran el pan de cada día de su infancia. Por ello crearon un Dios con evidentes trazos sádicos. Miller dice identificarse con Eva, ya que adivinó la injusticia de su situación y no admitió el mandamiento de "no conocerás", queriendo conocer la diferencia entre el bien y el mal y asumiendo la responsabilidad de su acto.

Desde los albores de la historia se ha considerado que los castigos eran la mejor forma de expulsar el mal del alma infantil. Y todavía hoy se sostiene con frecuencia esta opinión. Hoy en día ya no creemos, como se creía en la Edad Media, que ha sido el diablo el que ha dejado un niño en nuestra casa al que tenemos que enderezar a base de golpes. Pero sí creemos en teoría genéticas que son igualmente absurdas. Nadie puede explicar con teorías genéticas por qué en Alemania, 30 años antes de Tercer Reich nacieron tantos niños con instintos asesinos. La absurda opinión de que algunas personas nacen malas hoy se puede refutar científicamente. La formación del carácter de una persona dependerá de si en los primeros meses y años recibe cariño y comprensión o, por el contrario, malos tratos y rechazo, con lo que perdería la capacidad de empatía. Los neurobiólogos han descubierto que los niños que han sido gravemente desatendidos presentan lesiones permanentes en las zonas del cerebro que regulan las emociones.
Los experimentos de Pennebaker demostraron que el estado de salud mejora cuando el afectado tiene la posibilidad de comunicar sus experiencias dolorosas a alguien con cuyo interés y comprensión pueda contar. Desgraciadamente los médicos raras veces ponen en práctica este método, ya sea por falta de tiempo, o por miedo a sus propios traumas infantiles reprimidos. El proceso curativo necesita tanto la confrontación con la infancia traumática como el descubrimiento de los numerosos mecanismos de defensa que se tienen que levantar para proteger al niño del dolor insoportable. Esos mecanismos, que ayudaron al niño, ahora dificultan la vida adulta. Y deben ser descubiertos y eliminados. Alice Miller opina que muchas operaciones podrían ser evitadas si se tuvieran en cuenta la infancia y los factores psicológicos. Pone el ejemplo de Isabelle, una mujer de mediana edad que se sometió a numerosas operaciones intestinales, cuando el verdadero motivo de su mal estaba en su infancia y en su traumatizada psique. Cuando Isabelle pudo establecer la relación entre los abusos que sufrió en su infancia y sus males intestinales éstos remitieron.
Muchos terapeutas rehúsan ocuparse de la infancia porque consideran que así el paciente se ve como víctima y no como persona adulta y responsable. Pero es precisamente el conocimiento de la infancia el que le ayuda al paciente a comprender por qué sigue sintiéndose una víctima.
Miller tampoco es muy amiga de los medicamentos, ya que considera que atenúan el interés del paciente por su infancia traumática y dificulta la terapia. En la terapia, el paciente puede ir descubriendo cómo lo programaron de niño para el miedo, la sumisión, la adaptación a las necesidades de los padres y no las propias o el autoengaño y liberarse de toda esa programación. La terapia conductista y otros terapias sólo tienen efectos temporales. En los arrebatos lesivos y autolesivos del paciente el terapeuta puede percibir la realidad de su infancia y mostrársela. Muchas veces cuando arremetemos contra alguien lo estamos haciendo en realidad, mediante una transferencia, contra nuestra madre o nuestro padre. En muchas ocasiones tratamos a alguien exactamente igual a como nuestro padre (o madre) nos trató a nosotros, a causa de la compulsión a la repetición.
Miller tiene muy claro que el recién nacido sólo desea amar y ser amado. El mal no pertenece necesariamente a la naturaleza humana. Pero, cuando el niño es maltratado, sembramos el mal en él. Miller se queja de que poca gente entendió, o quiso entender, su estudio de la infancia de Adolf Hitler. La idea de que el mal estaba en Hitler de forma innata está tan extendida que es difícil de rebatir. Peor lo cierto es que Hitler fue malo porque su padre lo trató mal. O más concretamente, Hitler fue una persona horrible porque su padre lo trató de una manera horrible. Especialmente grave en el caso de Hitler fue que nunca encontró en toda su infancia un "testigo auxiliador", esto es, una persona que le profesara simpatía y le hiciera ver lo injusto de su situación. Hitler interiorizó que las palizas y humillaciones diarias a las que le sometía su padre eran justas y necesarias. Y fue precisamente eso lo que le convirtió en un monstruo. Federico el Grande fue atrozmente tratado por su padres y ya de adulto emprendió una serie de guerras de conquista. El príncipe Vlad, el Empalador, fue violado sistemáticamente en su infancia, y ya de adulto disfrutaba empalando a sus prisioneros. El mal no aparece porque sí. Se siembra en la infancia. Aún hoy, en 23 estados de los Estados Unidos está permitido pegar a los niños en la escuela. Lo cual, aparte de triste, es absurdo, ya que aunque a corto plazo los castigos pueden tener un efecto "positivo", a largo plazo no hacen sino acrecentar las conductas agresivas del niño o del adolescente. En 1997 el Parlamento alemán votó por mayoría de 4/5 partes a favor del derecho de los padres de pegar a sus hijos, ya que, según ellos, era la única forma de que los niños aprendieran determinadas lecciones. Pero un niño apaleado la única lección que aprende es que un hijo no merece ni protección ni respeto.
Según la asociación camerunesa EMIDA, 218 millones de niños africanos son víctimas de palizas. La relación entre este maltrato sistemático y las sangrientas guerras tribales africanas son evidentes.
Pero el maltrato físico hacia los niños no sólo conduce a la violencia hacia los demás, sino también hacia uno mismo, llegando incluso al suicidio.
Miller se queja de la poca conciencia social hacia el problema de los castigos físicos a los niños, ya sea en el hogar o en la escuela. Un ejemplo es la carta que envió al Papa Juan Pablo II para que se pronunciara públicamente en contra de los castigos físicos a los niños, pronunciamiento que no se produjo nunca. Quizás la Iglesia piensa que la educación autoritaria y basada en la obediencia ciega le facilita fieles obedientes y acríticos con los que mantener su poder otros 2000 años.
La falta de una buena relación con la madre en los primeros años de vida, unida a los malos tratos, desencadenan una falta de sensibilidad y bloqueos mentales. Es más, las deficiencias tempranas de comunicación del niño con las personas de referencia provocan deficiencias en el cerebro. Los malos tratos también producen lesiones porque las neuronas de reciente formación se destruyen en los estados de estrés.
Los bloqueos mentales son nuestros "amigos" porque nos protegen del dolor del pasado. Pero, en el fondo, son nuestros enemigos porque nos obsequian con la ceguera emocional y nos impulsan a dañar a los demás y a nosotros mismos. Para no sentir el antiguo miedo del niño apaleado, renunciamos al conocimiento, nos metemos en sectas, votamos a políticos ávidos de poder, creemos en mentiras o pensamos que los niños necesitan palizas.
El objetivo de un terapia efectiva debe ser el conocimiento emocional y cognitivo de la verdad almacenada en el cuerpo, la liberación del mandamiento del silencio y de la idealización de los padres, y la presencia de un testigo conocedor. Poco a poco, los terapeutas se van atreviendo a archivar la neutralidad freudiana y a ser testigos conocedores, esto es, a tomar partido incondicional por el antiguo niño que sus clientes llevan dentro. Un testigo conocedor puede darle al fin al paciente lo que sus padres le habían negado: la confirmación de que sus percepciones eran ciertas, de que la crueldad y la manipulación son lo que son, de que el niño no tiene que obligarse a ver en ellas amor, de que este conocimiento es necesario para ser auténtico y para poder amar, y de que se puede y se debe comer la manzana del árbol de la Ciencia.
Miller se queja de los numerosos "gurús" que publican libros de auto ayuda en los que el alivio de los síntomas reside en el perdón a los padres y la sustitución de emociones negativas por otras positivas. A largo plazo, estos métodos nunca ayudaron a nadie. Los sentimientos no se dejan manipular a largo plazo. Pueden sustraerse a la conciencia cuando se ven oprimidos, pero suelen hacerse visibles mediante alteraciones somáticas.
La educación tradicional puede resumirse en este mandamiento:"no recordarás lo que te hicieron a ti ni lo que tú estás haciendo a los demás". Este mandamiento nos impide desde hace milenios diferenciar el bien del mal, reconocer el sufrimiento que nos infligieron en nuestra infancia y ahorrárselo a nuestros hijos. Las causas y las consecuencias de los malos tratos son siempre idénticas: la renegación de las heridas sufridas en la infancia hace que perjudiquemos a la siguiente generación de la misma manera. A no ser, claro que decidamos admitir este conocimiento. Somos nosotros los que creamos el mal que queremos expulsar de nuestros hijos. Cuando seamos plenamente conscientes de las consecuencias destructivas de la renegación de los traumas infantiles, podremos recuperar la sensibilidad perdida hacia el sufrimiento del niño y liberarnos de la ceguera emocional. Los niños respetados desde pequeños irán por el mundo con las "antenas" puestas y podrán protestar contra la injusticia o la necedad con actos constructivos.