martes, 28 de junio de 2016

El Drama del Niño Dotado y la búsqueda del verdadero Yo


Con este libro publicado en 1979 Alice Miller desencadenaría un cataclismo en las conciencias de millones de personas. No es su obra definitiva, ya que sus ideas irían evolucionando con los años, pero sí un golpe sobre la mesa que haría temblar los cimientos del psicoanálisis.
Miller afirma que no podemos cambiar nuestro pasado ni anular los daños que nos hicieron en nuestra infancia. Pero nosotros sí podemos cambiar, "repararnos", recuperar nuestra identidad perdida. Y podemos hacerlo en la medida en que decidamos observar más de cerca el saber almacenado en nuestro cuerpo sobre lo ocurrido en el pasado y aproximarlo a nuestra conciencia.
La mayoría de la gente hace justo lo contrario. No quieren saber nada de su propia historia, y, por consiguiente, tampoco saben, que en el fondo, se hallan constantemente determinados por ella, porque siguen viviendo en una situación infantil no resuelta y reprimida. No saben que temen peligros que dejaron de existir hace mucho tiempo.
La adaptación del niño a las necesidades de los padres conduce a menudo al desarrollo de la "personalidad como si", o el falso Yo. La persona desarrolla una conducta en la que sólo muestra lo que de ella se desea, y se fusiona totalmente con lo mostrado. El verdadero Yo es incapaz de desarrollarse porque no puede ser vivido. Las necesidades de los padres son lo único que importa, y así el niño es sacrificado y se mata todo lo que de espontáneo y vital había en él. Los padres, al utilizar al niño en vez de amarlo, encuentran en el falso Yo del niño la aprobación que buscaban, la seguridad que les faltaba. El niño, en cambio, desconoce sus verdaderas necesidades y es un extraño para sí mismo. Al niño se le prohibieron todos los sentimientos que causaban desconcierto a sus inseguros padres, como la ira, la rabia o la tristeza, y ahora el niño ya no sabe sentir, su alma fue cruelmente mutilada. El niño reniega de sus más profundos sentimientos porque sabe que le ocasionarían la pérdida del amor de sus padres, y eso para él equivale a la muerte. Porque sus padres no lo quieren a él, sino a su falso Yo, ese niño que se desvive por la felicidad de sus padres, pero que no sabe en qué consiste su propia felicidad.
Una persona adulta sólo puede vivir sus sentimientos si en la infancia tuvo padres que le prestaban atención. Esto es algo que les falta a las personas maltratadas en la infancia y por eso no pueden ser sorprendidos por sus sentimientos, salvo aquellos que autorizaba la censura interior heredada de los padres. La depresión y el vacío interior constituyen el precio que hay que pagar por este control.
"El niño dotado" que da título al libro es ese niño inteligente, despierto, atento, hipersensible, y que, por estar totalmente orientado hacia el bienestar de los padres, es también disponible, utilizable y manipulable, y con su verdadero Yo viviendo en el sótano.
Con los nuevos hijos el drama halla su continuación, ya que los padres cuyos traumas infantiles no han sido resueltos repetirán ciegamente con sus hijos el comportamiento de sus padres con ellos.
Lo que se denomina depresión y se siente como vacío o absurdo existencial, se presenta siempre como la tragedia de la pérdida del Yo o de la extrañación frente a uno mismo, que se inicia en la infancia. Este trastorno puede adoptar dos formas en cierto modo opuestas: la grandeza y la depresión. La persona que sufre de grandiosidad vive para y por la admiración de los demás. Pero si algo falla la depresión está a la vuelta de la esquina. Porque uno está libre de depresiones cuando la autoestima arraiga en la autenticidad de los sentimientos propios, no en la posesión de determinadas cualidades. El colapso de la autoestima en el individuo "grandioso" nos muestra con toda claridad que ésta pendía en el aire, colgada de un globo, y, si bien se elevó muy alto al soplar vientos favorables, de pronto se agujereó y ahora yace en el suelo como un minúsculo guiñapo. Sin terapia, el grandioso no puede renunciar a la trágica ilusión de confundir admiración con amor. Muchos hombres y mujeres pueden desarrollar depresiones al envejecer y no ser ya capaces de conseguir conquistas amorosas, aunque algún enamoramiento ocasional pueda devolverles por un tiempo la ilusión de la juventud e introducir así fases maníacas en la incipiente depresión por envejecimiento. Son las dos caras de la misma moneda: el falso Yo.
La depresión puede entenderse como un síntoma directo de la pérdida del Yo que consiste en la renegación de las propias reacciones afectivas y sensaciones. Esta renegación empezó al servicio de la adaptación necesaria para la vida, por miedo a perder el amor durante la infancia. De ahí que la depresión remita a un trauma muy temprano. Hay niños a los que no se les permitió vivir con libertad sus sentimientos más tempranos, como el descontento, la ira, los dolores o incluso la sensación de hambre. La liberación de ambas formas del trastorno (grandiosidad y depresión) no será posible sin un profundo trabajo de duelo sobre la situación de la infancia. La capacidad de vivir el duelo, es decir, de renunciar a la ilusión de la propia infancia feliz, y de percibir emocionalmente toda la magnitud de las heridas padecidas, devuelve al depresivo su vitalidad, y puede liberar al grandioso de los esfuerzos de su trabajo de Sísifo. Si una persona puede darse cuenta, a través de un largo proceso, de que nunca fue querido por haber sido el niño que fue, sino utilizado por sus rendimientos, éxitos y cualidades, si puede darse cuenta de que sacrificó su infancia por este supuesto amor, dicha constatación le producirá hondas conmociones internas, pero un buen día sentirá el deseo de poner fin a su maniobra publicitaria. Descubrirá en sí mismo la necesidad de vivir su verdadero Yo y no tener que seguir ganándose ese amor, un amor que, en el fondo, lo deja con las manos vacías porque su objeto era ese falso Yo al que él mismo ha empezado a renunciar.
La liberación de la depresión no conduce a un estado de alegría permanente, sino al dinamismo vital, es decir, a la libertad de poder vivir los sentimientos que afloren de manera espontánea, ya sean estos sentimientos positivos (alegría) o negativos (ira, desesperación, aflicción, etc.). Pero esta libertad para dar cabida a los sentimientos resulta inalcanzable si sus raíces fueron cortadas en la infancia. El acceso a nuestro verdadero Yo sólo nos es posible si ya no hace falta temer el mundo afectivo de nuestra infancia. Cuando éste haya sido vivido ya no nos resultará amenazador, sino familiar, y ya no tendrá que continuar oculto tras los muros de la cárcel de la ilusión. Sabremos entonces quién y qué nos "encerró" y precisamente este saber nos liberará de antiguos dolores.
Muchos psiquiatras creen que debería demostrarse al paciente que su desesperanza no es racional. Sin embargo, esta manipulación terapéutica apuntala el falso Yo y la depresión. Muy al contrario, el psiquiatra debería tomar en serio todos los sentimientos del paciente. Porque si el sentimiento en cuestión no es vivido, a causa del proceso disuasivo del terapeuta, la depresión podrá celebrar con tranquilidad sus triunfos.
Muchos padres humillan a sus hijos porque en el fondo siguen siendo niños inseguros que encuentran por fin a un ser más débil ante el que pueden demostrar su fuerza. El adulto ve en su hijo a aquel niño desamparado e impotente que una vez fue, de forma que ya no tendrá que llevarlo en su interior, al escindirlo y situarlo fuera. El desprecio contra este ser más débil se convierte así en la mejor protección contra la irrupción de los propios sentimientos de impotencia. Podemos liberarnos de los dolores no vividos conscientemente delegándolos en nuestros propios hijos.
Muchas personas conservan durante toda su vida un fuerte sentimiento de culpa por no haber satisfecho las expectativas de sus padres. Estas personas no comprenderán por mucho que se les explique que la tarea de un niño no puede consistir en ningún caso en satisfacer las necesidades de sus padres. Mediante la terapia, el paciente debe encontrar en sí mismo sus sentimientos tempranos reprimidos, a fin de vivir conscientemente la manipulación inconsciente y el menosprecio de sus padres, y verse libre de ellos. Es muy ventajoso para la terapia que el paciente pueda llegar a vivir los modelos destructivos de sus padres. Pero para liberarnos completamente de estos modelos necesitamos algo más que la mera inteligencia. Necesitamos el acceso a nuestras emociones. Cuando, gracias a la elaboración emocional de la historia de su infancia, el paciente recupere su dinamismo vital, se habrá alcanzado el verdadero objetivo de la terapia. Si alguien ha vivido conscientemente las manipulaciones y prejuicios que sufrió en su infancia, así como los deseos revanchistas que todo esto dejara en él, será capaz de advertir cualquier manipulación con más rapidez que hasta entonces y tendrá él mismo menos necesidad de manipular. Esta persona no seguirá dándole vueltas al círculo infernal del desprecio. Ya no necesitará machacar a chivos expiatorios, porque sabrá quiénes fueron los que le dañaron tan gravemente: sus padres.
La ira desaparece cuando por fin puede vivirse y considerarse legitimada. Sólo volverá a aparecer si se dan nuevas causas que la provoquen. Sin embargo, el odio injustificado y transferido a personas inocentes es infinito y no puede aplacarse nunca. Mediante SU VERDAD, el niño que fue obligado a adaptarse a las necesidades de sus padres podrá volver a encontrar su verdadero Yo.

6 comentarios:

  1. Hola Miguel, finalmente escribí una reseña, algo larga, sobre el libro de Martin Miller, el hijo de Alice Miller. si te interesa leerlo te dejo el enlace: http://www.lasinterferencias.com/2016/06/28/alice-y-martin-miller/
    Un abrazo.

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    1. Pareciera que ante la presentación de nuevos lineamientos por una persona, ahí mismo brinca la opción de desfigurarlo. ¿No será acaso una emoción de ir en contra de todo aprendido en la infancia?
      Habrá que ver.
      En conclusión, eliminando las brosas, su obra fue colosal. Gracias amigo Miguel, Gracias Alice.

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    2. Es importante no deslegitimizar la obra de Alice Miller, se debe revisar las fechas en que ocurrieron los diferentes hechos.
      Alice tuvo su hijo cuando ella tenía 27 años ( 1950) aun ni se había graduado de su estudios.
      Su primer libro "El drama del niño dotado" lo escribió en el año 1979 cuando ella tenía 56 años y el hijo tenía 29 años, es decir ya estaba muy crecido. Podría uno suponer que tal vez su experiencia de vida y y de crianza de su hijo le sirvió como base para sus investigaciones.

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  2. Hola, Tania. Tu reseña me ha parecido brillante y esclarecedora. Muchas gracias.

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  3. Buenas tardes, Miguel. Excelente reseña sobre Alice Miller. Te escribe Enrique Sánchez desde México.

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