domingo, 22 de mayo de 2016

El saber proscrito


En 1988 Alice Miller nos regalaría "El saber proscrito", un compendio de toda su sabiduría. Ya en el mismo prólogo, Miller nos sorprende con una aterradora afirmación: los padres que nunca se sintieron amados, que chocaron, al venir al mundo, contra la frialdad, la insensibilidad, la indiferencia y la ceguera, y cuya infancia y juventud transcurrieron por entero en esa atmósfera, no son capaces de dar amor.
A continuación nos informa de algo de lo que yo mismo puedo dar fe:"gentes de diversos países me comunican una y otra vez, con gran alivio, que tras la lectura de El Drama del Niño Dotado han sentido por primera vez en sus vidas algo parecido a compasión hacia el niño maltratado o incluso apaleado que fueron un día. Me dicen que ahora se respetan a sí mismos más que antes y son capaces de percibir mejor y con más exactitud sus necesidades y sus sentimientos".
La represión del propio sufrimiento destruye nuestra sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno. Mientras no seamos conscientes del terror que nos impusieron nuestros padres, no podremos ser conscientes a su vez del sufrimiento que infligimos a nuestros hijos. Pero Miller se atreve, ahora sí, a hacer algo que no hizo en sus primeros libros: dejar claro que el maltratador es culpable. El haber recibido palizas en la infancia no nos exime de la culpa si repetimos esas palizas en nuestros hijos. El miedo a culpabilizar a los padres refuerza el status quo y asegura la ignorancia y la perpetuación de los malos tratos a los niños. También los asesinos actúan impulsados por un imperativo interior surgido en su infancia, pero no por ello decimos que no son culpables. Lo mismo podemos decir de los padres que han maltratado a sus hijos.
El encuentro con la historia personal de uno mismo no sólo elimina la ceguera que hasta el momento padecía el niño que hay en el adulto, sino que además reduce el bloqueo mental y emocional en su conjunto.
El niño amado recibe el regalo del amor y con él también el del saber y la inocencia. Es un regalo que le ayudará a orientarse toda la vida. Al niño maltratado le falta todo porque le falta el amor. No sabe lo que es el amor, confunde constantemente maldad con bondad y mentira con verdad. Por eso volverá a dejarse arrastrar a la confusión una y otra vez.
La teoría de los instintos de Freud o la teoría del lactante cruel de Melanie Klein coinciden con las creencias pedagógicas tradicionales. Pero la verdad es que el niño sólo aprende a ser cruel si padece la crueldad en su propia carne y se ve forzado a reprimir sus sufrimientos. En un principio, Freud había descubierto que todos sus pacientes habían sido niños maltratados y que los síntomas de sus trastornos eran el lenguaje en el que explicaban su historia. En 1896, tras comunicar sus hallazgos a la comunidad científica, se vio completamente aislado. En 1897, Freud traicionó a sus pacientes, y se traicionó a sí mismo, calificando sus relatos de abusos sexuales como meras fantasías que había que atribuir a sus tempranos deseos instintivos. Los dogmas de Freud encajan a la perfección con la creencia de que el niño es malo y pérfido por naturaleza y, para llegar a ser bueno, debe ser educado por los adultos. Esa perfecta concordancia con la pedagogía confirió a su vez al psicoanálisis un gran prestigio en la sociedad, y la falsedad de sus dogmas ha permanecido largo tiempo encubierta. A ese dogma freudiano hay que atribuirle el que haya personas que trabajen treinta o cuarenta años con niños maltratados o adultos que lo fueron sin percibir en absoluto los hechos, de modo que los pacientes no tienen acceso a su propia verdad. El psicoanálisis freudiano somete con frecuencia a los pacientes a un prolongado tratamiento que consolida la antigua culpabilización del niño, lo cual apenas puede producir otra cosa que depresiones. La manera más eficaz para escapar a esas depresiones es tomar la decisión de convertirse uno mismo en psicoanalista, eso sí, a costa de la salud de los pacientes. El psicoanálisis afirma que los padres siempre son inocentes, lo que impide cualquier posibilidad de cambio o curación. Los pacientes se sientan en el diván 4 veces por semana , cuentan lo que se les ocurre y esperan el milagro que nunca se produce. Porque lo único que produciría el milagro sería la verdad, y la verdad está proscrita. Freud escribe que es inverosímil la existencia de tantos padres perversos, y por ello califica de fantasías los relatos de sus pacientes.
Miller confiesa que en su propia terapia sólo pudo avanzar cuando pudo poner en cuestión su supuesta culpa: "Sólo pude darme cuenta de lo que había ocurrido cuando logré sentir que si mis padres no me habían tenido en consideración, ni tomado en serio, ni percibido, no había sido por culpa mía. Comprendí que no era mi tarea enseñarles a sentirse responsables, que yo, siendo aún una lactante, no había tenido en mis manos el hacer de mis padres personas capaces de amar". "Deseaba fervientemente -añade- que el psicoanálisis tuviera razón, porque no quería perder la ilusión de haber tenido unos padres que me amaban. Con el tiempo concebí lo absurdo de la creencia (freudiana) de que los niños se inventan traumas". Muchos niños consiguen sobrevivir gracias a la represión de las torturas sufridas, porque si las vivieran conscientemente morirían de pena. Pero el adulto sí puede y debe vivir conscientemente esas torturas sufridas en la infancia, para superar de una vez la represión y vivir el duelo, con lo que conseguirá la sanación.
Miller es crítica con el movimiento feminista porque éste reduce el maltrato a la crueldad y brutalidad de los hombres. Pero mientras se siga ocultando la verdad acerca de la madre que consintió los malos tratos, que no protegió a su hija y pasó por alto sus sufrimientos, no se percibirá, no se considerará verdadera la plena realidad de la infancia. Si se defiende a las madres como víctimas inocentes, la paciente no podrá descubrir que, de haber tenido una madre amante, protectora y valiente, su padre jamás podría haberla maltratado. La niña a quien su madre haya enseñado que es digna de ser protegida sabrá hallar amparo también en personas desconocidas y será capaz de defenderse por sí misma. Si ha aprendido lo que es el amor, no caerá en la trampa de un amor fingido.
En la sociedad actual todavía se busca la corresponsabilidad del niño. Por eso sólo se habla de malos tratos en casos de extrema brutalidad, y aún así con reservas, y se duda o se niega por completo la existencia de un amplio espectro de malos tratos psíquicos. Miller da como ejemplo el del hijo del genocida nazi Hans Frank, que condenó públicamente y sin paliativos a su padre. El hijo de Frank recibió entonces terribles críticas de numerosa gente que consideraba que un hijo debe siempre perdonar y comprender a su padre, fuera como fuese. El incumplir el cuarto mandamiento ("honrarás a tus padres") del hijo pareció más grave a los ojos de mucha gente que los crímenes genocidas del padre. A menudo los reproches a los padres están asociados a temores mortales, porque para un niño pequeño la pérdida de sus padres representa un peligro de muerte real. El adulto, para el que ya no representa ningún peligro de muerte la pérdida de los padres, conserva sin embargo ese miedo reprimido durante toda su vida.
Los malos tratos a niños son un delito grave, y las legislaciones de los países deberían reflejarlo así. Desgraciadamente, en muchos casos esto no es así. Quien no es capaz de condenar inequívocamente lo malvado y lo perverso se verá sometido al imperativo de repetir ciegamente a su vez lo que vivió en su propia carne. Casi todos los centros oficiales de asistencia a niños maltratados trabajan bajo el desorientador lema de "ayudar, no condenar".¡Pero claro que hay que condenar! Sin esa condena inequívoca y sin paliativos los padres seguirán repitiendo en sus hijos lo que recibieron ellos en su infancia. Muchas escuelas de padres ofrecen inútiles ejercicios de autocontrol y desorientadoras afirmaciones de los terapeutas en el sentido de que comprenden los abusos y nunca los condenan. esta posición es errónea porque respalda la actitud ofuscada de los culpables.
El uso generalizado de la circunsición muestra con qué naturalidad se practica en muchas culturas la mutilación de los órganos sexuales de los niños. A pesar de que se ha demostrado científicamente que la circuncisión no produce ningún beneficio al niño y que, al contrario, representa un serio trauma, se sigue realizando alegando motivos religiosos o falsos y totalmente rebatidos motivos de salud. Se calcula que hay más de 70 millones de mujeres que sufrieron en su infancia la amputación del clítoris. Esta monstruosa crueldad sigue siendo defendida por millones de madres.
Las tendencias destructivas y autodestructivas no se pueden eliminar ni con ayuda de la educación ni mediante la terapia tradicional. Ni muchos menos con medicamentos que aturdan nuestra sensibilidad. La vivencia de acontecimientos reprimidos sí puede conducir a la superación de los síntomas. Pero no es suficiente con revivir los antiguos traumas. El terapeuta debe además ponerse incondicionalmente del lado del niño maltratado. Muchas terapias primarias fracasan porque, a pesar de poder revivir los traumas infantiles, el paciente no siente ese apoyo incondicional por parte de su terapeuta, que acaba, trágicamente, justificando a los padres y abandonando al niño. Nuevamente la falacia de que sólo se pueden superar los síntomas si se perdona a los padres. Esa indulgencia hacia los padres debe ser rechazada porque obstaculiza el éxito de cualquier terapia. El paciente está condenado a la enfermedad sólo para que sus padres se sientan bien. dado que ellos también tuvieron que perdonar en su día, a los padres les parece natural que sus hijos se lo perdonen todo. Los padres consideran eso un derecho suyo y los hijos se sienten culpables cuando sienten resentimiento hacia sus padres. Los terapeutas, imbuidos de esta moral tradicional, han traicionado a sus pacientes durante décadas, y muchos lo sigue haciendo hoy día. Miller cita el caso de un hombre que en una terapia primaria perdonó todo a su padre, un sádico, y dos años más tarde mató a un hombre inocente sin motivo aparente. La exigencia moral de reconciliación con los padres representa un bloqueo del proceso terapéutico. Los psicoanalistas suelen hacer a sus pacientes afirmaciones falaces del tipo:"el odio no le hace a usted ningún bien, le envenena la vida y prolonga la dependencia de sus padres". está comprobado que no es cierto que a una persona no puedan atormentarla traumas muy lejanos en el tiempo. El olvido ayuda al niño a sobrevivir, pero no al paciente adulto a superar sus sufrimientos. Uno, en verdad, se cura cuando, libre de sentimientos de culpabilidad, deja de exonerar a los auténticos culpables, cuando uno se atreve a ver y sentir por fin lo que estos hicieron.
Miller opina que en la "proyección", o sea, en la capacidad del ser humano de proyectar sentimientos tempranamente reprimidos sobre posteriores personas de referencia, se esconde un gran potencial terapéutico. Pues generalmente los recuerdos han sucumbido a la amnesia, por lo que la historia real debe revelarse por medio de la actitud del paciente para con las personas de referencia actuales. El paciente puede aprovechar sus sentimientos proyectados para profundizar en su conocimiento de sí mismo, y no tiene por qué avergonzarse de ellos.
La terapia más efectiva sería aquella que buscara, con la ayuda de un testigo cómplice, el conocimiento de las heridas sufridas en la infancia. Esto se logra mediante la vivencia de los dolores primarios y mediante la supresión de las latentes reacciones destructivas y autodestructivas. Si la terapia tiene éxito el premio será poder vivir y articular sentimientos, poner en cuestión y rechazar abusos y acusaciones, y detectar las propias necesidades y buscar la forma de satisfacerlas.
Miller rechaza de plano el psicoanálisis y el método de la libre asociación de ideas. Este método, calificado también de regla fundamental, refuerza el rechazo intelectual hacia los sentimientos y la realidad, pues mientras se sea capaz de hablar acerca de los sentimientos, es imposible sentirlos de verdad. Y mientras eso ocurra, el bloqueo autodestructivo seguirá en pie. El paciente no posee sentimientos, no los nota, lo único que siente es compasión hacia los causantes de sus sufrimientos. Pues uno no puede sentir el dolor y al mismo tiempo comprender los motivos por los que se le causó ese dolor. Miller confiesa que necesito años para superar esa actitud "de comprensión". En su opinión, Freud creó, con su método, un sistema de autoengaño que funciona eficazmente al servicio de la represión. Frente al engaño del psicoanálisis, el objetivo de una verdadera terapia es hacer hablar y sentir al niño que hay en nosotros y que un día enmudeció. Poco a poco se ha de revocar la proscripción que pesa sobre su saber, y en el curso de ese proceso, al hacerse visibles los tormentos sufridos en el pasado y las rejas de la cárcel en la que aún se halla, el paciente ha de descubrir, a un tiempo, su propio Yo y su sepultada capacidad de amar.

4 comentarios:

  1. Gracias por tu blog, esta muy bueno. saludos

    ResponderEliminar
  2. Gracias a ti por leerlo. Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Alice Miller nos descubre desde nuestro divino yo, como almas que han sido cinceladas por situaciones de amor o corrascosas generalmente.
    Se observa despuués de su comprensión (su lectura comprehensiva) que tales consecuencias se observan como leyes de la física. Lo veo en mis 10 hermanos: mi hermano mayor y yo recibimos más amor que los otros. Estos dos hermanos logramos hacer familias de mayor posición económica. Mi hermano menor, al cual se le criticó enormente, hoy es paciente psiquiátrico. Mis otros hermanos viven de trabajos poco remunerados.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. borrascosas en vez de corrascosas. después en vez de después.

      Eliminar