viernes, 20 de mayo de 2016
Por tu propio bien: raíces de la violencia en la educación del niño
Alice Miller considera este libro publicado en 1980 como la continuación de "El drama del niño dotado". Ella tiene muy claro que la psicosis, la drogadicción o la criminalidad son la expresión en clave cifrada de las experiencias traumáticas infantiles. Mientras al niño que hay dentro de cada adulto no le esté permitido darse cuenta de lo que le ocurrió, una parte de su vida emocional permanecerá congelada, y su sensibilidad ante las humillaciones de la infancia quedará embotada.
La "pedagogía negra" es el tema fundamental del libro que nos ocupa. Podríamos definirla como una forma de crueldad espiritual que ha podido ser mitificada tras el benévolo término de "educación".
Si la convicción de que toda la razón está del lado de los padres y de que cada crueldad es expresión de su amor se halla tan profundamente arraigada en el ser humano es porque se basa en interiorizaciones de los primeros meses de vida.
Todo niño pequeño necesita como compañía a un ser humano empático y no dominante. Un niño puede ser gravemente abusado en sus primeros años de vida, y éste sólo superará las graves consecuencias de la injusticia infligida a su persona si se le permite defenderse, es decir, articular su rabia y su dolor. Pero si no consigue reaccionar a su manera, porque los padres no pueden soportar sus reacciones (gritos, tristeza, rabia) y se las prohíben, el niño aprenderá a enmudecer. Y esta imposibilidad de llegar a articular alguna vez los traumas inconscientes la que causa serios trastornos psicológicos. El origen de la neurosis no se halla en los hechos reales, sino en la necesidad de reprimirlos.
Miller introduce en su libro numerosas y largas citas del libro de Katharina Rutschky "Pedagogía negra", que versa sobre una serie de crueles técnicas de condicionamiento temprano. Evitaré al lector de este blog la casi totalidad de estas citas, y me limitaré a comentar las conclusiones de Miller.
La mayor preocupación de los educadores ha sido, desde siempre, la obstinación, la testarudez y la intensidad de los sentimientos infantiles. Nunca se empezará lo suficientemente temprano, decían, con la educación para la obediencia. Para Miller, el motivo del castigo corporal es siempre el mismo: los padres luchan por recuperar en su hijo el poder que ellos perdieron frente a sus propios progenitores. Reviven por primera vez, ante sus propios hijos, esa vulnerabilidad de sus primeros años de vida que no consiguen recordar porque fue reprimida, y sólo entonces, a la vista de esos seres más débiles que ellos, se defienden a veces brutalmente.
La instauración consciente de la humillación, que satisface las necesidades del educador, destruye la autoconciencia del niño, lo vuelve inseguro e inhibido. El niño ha de aprender desde un comienzo a negarse a sí mismo, a aniquilar tan pronto como sea posible todo cuanto en él no resulte grato a Dios (o a sus padres). Una vez generada la maldad mediante la represión de la vitalidad, cualquier medio para perseguirla en la víctima resulta justificado.
La obediencia parece ser un principio supremo incontestado y siempre se relaciona con el peligro de perder el amor de los padres si se transgrede. Si el condicionamiento a la obediencia se lleva a cabo a una edad lo suficientemente temprana, se cumplirán todos los requisitos para que un ciudadano pueda vivir bajo una dictadura sin sufrir, e incluso logre identificarse eufóricamente con ella, como ocurría en los tiempos de Hitler.
Miller resume los principios de la pedagogía negra en ocho puntos:
1. Los padres son los amos y no los servidores del niño.
2. ...que deciden como dioses qué es lo justo y lo injusto.
3. Su ira (de los padres) proviene de sus propios conflictos.
4. El niño es responsable de esa ira.
5. A los padres siempre hay que protegerlos.
6. Los sentimientos vivos del niño suponen un peligro para el adulto.
7. Al niño hay que quitarle su voluntad lo antes posible.
8. Todo hay que hacerlo a una edad muy temprana para el niño no se de cuenta de lo que le están haciendo.
Los métodos para reprimir la espontaneidad vital del niño son: mentir, tender trampas, disimular, manipular, amedrentar, quitar el cariño, aislar, desconfiar, humillar, despreciar, burlarse, avergonzar y aplicar la violencia.
También forma parte de la pedagogía negra transmitir ideas falsas al niño, como: que se puede acabar con el odio mediante prohibiciones; que los padres merecen respeto sólo por ser padres; que los niños no merecen respeto; que la obediencia robustece; que una alta autoestima es perjudicial; que una baja autoestima conduce al altruismo; que la ternura es perjudicial (es amor ciego); que la severidad constituye una buena preparación para la vida; que la gratitud fingida es buena; que el cuerpo es algo sucio y repugnante; que los padres son seres inocentes y libres de instintos; o que los padres siempre tienen razón.
La influencia de la pedagogía negra ha sido enorme en el psicoanálisis, empezando por Freud, que traicionó sus primeros descubrimientos, culpando finalmente al niño de todo lo malo con su funesta teoría de los instintos.
Un ser humano capaz de comprender e integrar su ira como parte de sí mismo, no será violento. Sólo tendrá necesidad de golpear a los demás precisamente cuando no pueda comprender su ira, cuando de niño no le permitieron familiarizarse con este sentimiento.
Miller está convencida de que fue la pedagogía negra la que creó una generación de nazis en Alemania. Aquella generación moldeada para la obediencia absoluta a sus padres, encontró en Adolf Hitler ese "padre sustitutivo" al que seguir obedeciendo ciegamente en la edad adulta. Si el holocausto fue posible fue porque quienes llevaron a cabo la "solución final" eran hombres cuyos sentimientos no se interponían en su camino porque desde pequeños habían sido educados para no sentir ningún tipo de emociones propias, sino para vivir los deseos de sus padres como algo propio. Se trataba de personas que en su infancia se enorgullecían de ser insensibles y no llorar, de cumplir con alegría todos sus deberes y no sentir miedo, es decir, en el fondo: de no tener vida interior de ningún tipo.
La llamada pedagogía negra surge de la necesidad de escindir las partes inquietantes del propio Yo y proyectarlas sobre un objeto disponible. La enorme plasticidad, flexibilidad, desamparo y disponibilidad del niño lo convierten en el objeto ideal de semejante proyección. El enemigo interior podrá al fin ser perseguido fuera de uno mismo.
Alice Miller es, en definitiva, contraria a cualquier tipo de "educación". Pero eso no significa que el niño pueda crecer sin ningún tipo de tutela. Lo que necesita para desarrollarse es respeto por parte de quienes cuidan de él, tolerancia hacia sus sentimientos, sensibilidad para entender sus carencias y humillaciones, y autenticidad por parte de los padres.
Miller comienza la segunda parte del libro señalando las distintas estaciones en la vida de la mayoría de las personas, a saber:
1. Siendo un niño pequeño recibir heridas que nadie considera como tales.
2. No reaccionar con ira ante el dolor.
3. Testimoniar agradecimiento por los actos "bien intencionados".
4. Olvidarlo todo.
5. Al llegar a la edad adulta, descargar la ira acumulada en otras personas o dirigirla contra uno mismo.
La máxima crueldad que puede infligirse a un niño es sin duda negarle la posibilidad de articular su ira y su dolor sin exponerse a perder el amor y la protección de sus padres. La educación encauzada a respetar a los padres a costa de la espontaneidad vital del hijo conduce no pocas veces al suicidio o a la drogadicción extrema, que es otra forma de suicidio.
En teoría, podríamos imaginar la situación de un niño que, golpeado por su padre, pudiera luego echarse llorando en brazos de una tía bondadosa y contarle lo ocurrido, y que esta tía no intentara minimizar el dolor del niño ni justificar al padre. Pero sería un caso realmente raro. En la práctica, la esposa de un padre que pegue a sus hijos o bien comparte sus principios pedagógicos o es ella misma una víctima, pero raras veces actuará como abogado del niño.
Miller considera que la situación de un niño maltratado es aún peor que la de un adulto en un campo de concentración. El adulto será interiormente libre de odiar a sus torturadores. Esta posibilidad de vivir sus sentimientos, y hasta de compartirlos con otros prisioneros, le da la oportunidad de no tener que renunciar a su Yo. Al niño, en cambio, no le está permitido odiar a su padre, y ese amor por su torturador es el que arruinará su vida posterior. Pero los sentimientos reprimidos de odio al padre "amado" deben ser desviados hacia objetos sustitutivos.
Todo comportamiento absurdo y autodestructivo, ya sea la drogadicción o la anorexia, tiene su prehistoria en la infancia temprana. Si los padres consiguen brindar a su hijo el mismo respeto y tolerancia que siempre brindaron a sus propios padres, le estarán ofreciendo las bases más seguras para cimentar su vida posterior. No sólo su sentimiento de autoestima, sino también su libertad para desarrollar capacidades innatas dependerán de este respeto. A lo largo de toda nuestra vida nos daremos el mismo trato que recibimos cuando éramos pequeños. No podremos escapar al torturador que hay en nuestro propio Yo.
¿Podría haber sido Adolf Hitler una bellísima persona si su infancia hubiera sido completamente distinta? Alice Miller opina que sí. La estructura de la familia de Hitler era la de un régimen totalitario. El padre ostentaba el poder absoluto y lo ejercía brutalmente. La mujer y los hijos se hallaban totalmente sometidos a su voluntad, y debían aceptar humillaciones e injusticias sin rechistar y agradecidos. La obediencia era el principio vital. La esposa ostenta el poder cuando el padre no está, con lo que los oprimidos absolutos son los niños. El padre de Hitler, Alois, era un sádico que disfrutaba pegando palizas a su hijo, al que llamaba no por su nombre sino con un silbido, como si fuera un perro. Algo parecido a los judíos en los campos de concentración, a los que nadie llamaba por su nombre. Las leyes raciales suponían la repetición del drama de la propia infancia de Hitler. Así como el judío no tenía ahora posibilidad ninguna de escapar, el niño Adolf tampoco pudo evitar en otros tiempos las palizas de su padre, pues el origen de estas palizas no era el comportamiento del niño, sino los problemas no resueltos de su padre, su negativa a vivir el duelo por su propia infancia.
La posibilidad de que su padre fuera hijo de acaudalado judío y de una criada que servía en su casa, atormentó a Hitler toda su vida. El judío se convirtió en el portador de todos los rasgos perversos y despreciables que el niño pudo observar en su padre. Cuando los nazis despreciaban o rebajaban a los judíos lo que de verdad estaban haciendo era destruir la propia impotencia de antaño y evitar vivir el duelo.
En cuanto a la madre de Adolf, como ella misma estaba degradada y sometida por completo a su marido, era incapaz de proteger al niño. La madre observa como su hijo es humillado, ridiculizado y torturado sin salir en su defensa ni hacer nada por salvarlo. Su silencio la solidariza con el perseguidor, en cuyas manos abandona al niño. Este niño puede que llegue a querer mucho a su madre en el plano consciente; pero más tarde, en sus relaciones con otras personas, tendrá continuamente la sensación de haber sido abandonado, sacrificado y traicionado.
Resumiendo, la imposibilidad de Hitler para vivir el odio a sus padres de manera consciente y el conservar ese odio reprimido en su subconsciente durante toda su vida, fue lo que llevó a convertirse en el mayor asesino de la historia.
Miller no se cansa de repetir que no es el trauma lo que enferma, sino la desesperación inconsciente, reprimida y desesperanzada que supone no poder expresarse sobre los traumas sufridos, la desesperación de no poder manifestar, ni tampoco vivir, sentimientos de rabia, ira, desesperación, humillación, impotencia y tristeza. Esto lleva a muchos al suicidio, ya que la vida no les parece digna de ser vivida si se ven totalmente incapaces de experimentar sentimientos tan intensos como éstos, que informan el verdadero Yo. No fue el sufrimiento lo que enfermó a los hijos, sino la represión de ese sufrimiento, que éstos tuvieron que practicar por amor a sus progenitores.
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